Educar es transformar
Pensador de la praxis, pensador itinerante, pensador de la totalidad, Freire trató de evitar, en todo momento, el corsé de acero que la "especialización" alienada propone al intelectual. Torres Nova, C. Entrevistas con Paulo Freire. Ediciones Gernika, México, 1977 Al pensar en educación acuden a mi memoria una secuencia de momentos pedagógicos unos más largos que otros en los que se ha ido desarrollando parte de mi vida hasta el día de hoy. Descubro en este recorrer mental de mi existencia aspectos educativos muy agradables, otros no tanto pero sobre todo esos que han marcado mi forma de ser con la energía necesaria para seguir adelante a pesar de todo. Yo creía y creía firmemente que la adquisición de conocimientos era lo más importante de la educación sin darme demasiada cuenta de que el regazo en el que reposaban dichos conocimientos era mi propio campo emocional. Hoy día considero que mis deseos se han ido convirtiendo en sabidurías personales descubiertas y también adquiridas, pudiendo de esta manera caminar por la vida sintiendo la ternura intelectual que me ayuda a permanecer en esa especie de constante transformación. Nunca he creído demasiado en programas ni sistemas educativos aunque comprendo que son necesarios, como tampoco en la excesiva importancia que se les da a las titulaciones. Sí en ese encuentro insustituible entre la o el que ha recorrido más en el camino de la sabiduría y la o el que está comenzando a experimentar su existencia. Creo en el encuentro interpersonal mediado por el conocimiento y la vida me ha enseñado que en cualquier circunstancia, sistema o condición puede darse el encuentro transformador entre la persona que enseña y la que aprende. La cuestión está en el cómo se realiza el encuentro, es decir en la sensibilidad pedagógica que arrope ese compartir del conocimiento. Existe en el sistema educativo un espacio peculiar y entrañable para mí que es el aula, la clase, esas cuatro paredes que nos convocan a un encuentro extraordinario de personas que buscan la sabiduría profesional. De nosotras y nosotros depende que se convierta en un espacio transformador o no. No existe convocatoria más extraordinaria que esta llamada al encuentro entre iguales, diferentes y acomodados. Es un espacio de poder como ninguno para bien y para mal en el que deberíamos todas y todos despojarnos de nuestras fijaciones para aventurarnos en la búsqueda conjunta de aprender algo más en alguna cosa. El conocimiento no es posesión de nadie está ahí para ser descubierto e integrado personalmente. En este espacio privilegiado del aula el silencio indirectamente programado empobrece no pocas veces la riqueza del propio conocimiento. La palabra de las y los que consideramos que desean aprender sobre cualquier materia generalmente no se escucha, no se llega a leer el primer texto elemental abocado a ser leído que es la educanda o el educando. La educadora y el educador son desconocedores del caudal de sabiduría que portan las personas que asisten a la clase y mucho menos de sus sueños, aspiraciones y dificultades reales. No se es consciente de la experiencia tan extraordinaria de ese momento en el que la clase entera camina hacia un conocimiento que se hace común entre tanta diversidad personal en un contexto inusual pero ya reciclado en nuestra cotidianidad. Saber leer el aula en su contexto dejando expresarse y decir a las personas que lo integran es fundamental para poder aterrizar el vuelo del conocimiento que nos traemos entre manos.

