Se ha dicho que la arquitectura y el urbanismo son fundamentales para dar sentido al mundo y definir nuestra posición en él. ¿Comparten este juicio?
Asier Santas Torres (A.S.): Sin lugar a dudas podemos decir que el urbanismo y la arquitectura dan pie a considerar que son centrales en nuestra existencia. Tanto el uno como el otro se convierten en los escenarios en los que transcurren nuestras vidas: desde los espacios domésticos que habitamos habitualmente, a los lugares públicos y sociales donde se celebra la fiesta de lo colectivo. Incluso, me atrevería a decir que sin ellos sería imposible nuestra existencia, recordando al poeta y escritor Gaston Bachelard, que afirma que todos nuestros recuerdos están a asociados a un espacio, habitualmente a un espacio doméstico, un espacio que habitamos en nuestra infancia, sin el cual es imposible tener recuerdos. Por lo tanto, afirmaría rotundamente que tanto el urbanismo como la arquitectura son imprescindibles para dar razón de ser a nuestra existencia.
Luis Bilbao Larrondo (L.B.): Estoy totalmente de acuerdo, pero me voy a remitir a lo nuestro, al espacio de lo que es Bilbao. Ahora, rememorando 20 años atrás el “efecto Guggenheim”, cuando se hizo el museo, incluso previo a la construcción del museo, recuerdo la cantidad de artículos a nivel de prensa extranjera hablando de lo que iba a suponer. Como decía el crítico del New York Times: ¿ustedes han ido a Bilbao, han asistido al milagro que ha creado la arquitectura, una arquitectura que ha transformado una ciudad? Por lo tanto, por supuesto que la arquitectura y el urbanismo están en el centro de nuestra vida, porque han sido capaces de transformar toda una ciudad y a sus habitantes, entonces, considero que, tanto la arquitectura como el urbanismo están en la centralidad de nuestras vidas.
“La arquitectura y el urbanismo están en el centro de nuestra vida, porque han sido capaces de transformar toda una ciudad y a sus habitantes”.
Aunque en muchos aspectos nuestras ciudades han mejorado, también es cierto que con la desaparición o transformación de los barrios tradicionales y de los centros históricos, las ciudades se parecen cada vez más entre sí. ¿Es este un mal necesario?
A.S.: Esta es una cuestión muy importante, porque es verdad que asistimos a un fenómeno de globalización, mejor dicho, de generalización de las ciudades, que ya fue avisado con un texto muy interesante escrito por Rem Koolhaas titulado La ciudad genérica. En el que venía a decir que, desde hace ya tiempo, algunas décadas, las ciudades han emprendido un camino de pérdida de su identidad que desemboca en una ciudad genérica, de tal manera que todas las ciudades van convergiendo a unas formas muy reconocibles. Podemos viajar por el mundo y encontrar centros comerciales que tenemos en Bilbao con las mismas tiendas que en Guatemala, Estados Unidos o en cualquier otra ciudad del planeta. También es cierto que aquello que nos ha diferenciado históricamente como los cascos antiguos o los ensanches están asistiendo a un proceso de “turistización”, por decirlo de alguna manera, que los están convirtiendo simplemente en museos al aire libre. Museos al aire libre o barrios gentrificados, que es otro de los acontecimientos que están ocurriendo en estas ciudades, que guardan identidad pero a base de meterlas en formol.
Por eso, es muy importante entender el momento delicado en el que estamos, porque el urbanismo de las nuevas extensiones de la ciudad que se está planteando es absolutamente genérico. No hay ninguna lectura del lugar apropiada, no hay ninguna búsqueda de la identidad y solamente a través de piezas arquitectónicas de singular valor como en el caso de Bilbao el Guggenheim, y algunos otros edificios construidos a posteriori, si no es por la arquitectura no se están consiguiendo ciudades con identidad.
L.B.: Hay recordar desde los años sesenta ese intento imitativo —el Guggenheim fue especial, algo nuevo que surgió de una iniciativa—, pero entonces ya había esa tendencia a imitar esos grandes iconos que representaban la arquitectura de Manhattan, de la Lever House o la Chase Manhattan Bank. De hecho, la Lever House y la arquitectura de Mies van der Rohe, las ciudades estadounidenses de los años 50, todas cogieron esa simbología y a raíz de ahí el resto del mundo. La arquitectura siempre se ha tomado como algo a imitar por lo que representaba. En el caso de Nueva York estamos hablando de la ciudad símbolo de tantas cosas: símbolo de capital de la economía mundial, capital del arte, capital del verticalismo triunfalista norteamericano, capital del strenuous life, de ese modo de vida frenético y moderno, se decía “capital de la modernidad”. Entonces, todos hemos querido coger un poco y ha sido imitativo en todas las ciudades del mundo, porque todas anhelaban ese sueño. Por supuesto que es algo que desde siempre ha existido, y ahora hemos ahondado aún más en ese tipo de simbologías desde la arquitectura.
“El urbanismo de las nuevas extensiones de la ciudad que se está planteando es absolutamente genérico. Si no es por la arquitectura no se están consiguiendo ciudades con identidad”.
Vista la suerte que está corriendo buena parte de la arquitectura industrial y decimonónica: ¿será que carecemos de sensibilidad hacia nuestro patrimonio urbano?
L.B.: En los últimos años, sobre todo a raíz del “efecto Guggenheim” y todo lo que estamos comentado del cambio de la ciudad, todo aquel pasado que hubo industrial se está intentando defenestrar o hacer desaparecer. Es algo que responde, no sé si a un sentido de vergüenza hacia un pasado que representó tantas cosas, en la época del franquismo, sobre todo en los años 50-60. Luego llegó la ruina, llegó la desesperación económica en Bilbao y luego llegó la esperanza con el “efecto Guggenheim”. Parece un sentimiento de hacer desaparecer hasta el mínimo rastro, se ha dejado algún símbolo de aquel pasado industrial pero apenas valorado, ni siquiera por la gente, la gente ya ha olvidado ese pasado que ha estado tan presente y ha sido la raíz y la identidad de Bilbao durante más de un siglo. Rehabilitar todas esas cosas conlleva un peso económico para las instituciones públicas y, claro, el discurso es mucho más profundo. Yo considero que habría que mantener ciertos vestigios arquitectónicos de la época industrial por su evidente valor, pero no todo es válido. En arquitectura, por efectos de ruina, tienden a desaparecer las obras, no le encuentro sentido a que todo se tenga que mantener.
A.S.: Hemos asistido a un periodo de desarrollo durante posiblemente final del siglo XX, principios del XXI, que llega al 2008 con la explosión de la crisis, en el que en principio la máxima era hacer tabla rasa. Arrasar con todo sin ningún tipo de debate, generar solares, espacios de oportunidad y así poder convertir la construcción de la ciudad en una industria. ¿Qué pasa a partir del 2008? Este feroz movimiento se paraliza y nos hace que pensar. El periodo actual en el que vivimos fruto de la crisis, tiene que ser útil para no volver a los excesos del pasado, sin que eso suponga, como tú bien dices, una política de conservación por conservar. Efectivamente, hay edificios que no tienen ningún interés, pero sí que hay otros edificios que conviene poner sobre el tapete para ver si son reciclables, en un momento que además las economías no son las mismas.
L.B.: Lo que ha significado en estos años Pabellón 6: una nave industrial en la que han hecho un laboratorio de las artes escénicas y lo que ha supuesto para Zorrozaurre, para la Ribera de Deusto. Porque ha rehabilitado, ha dado vida a esa zona de la ciudad que estaba un poco depauperada, alejada, porque ¿quién iba a aquella zona? A través del teatro, de las artes escénicas, han logrado que miles de personas accedan a lo largo del año a ver las distintas obras de teatro que organizan en Pabellón 6. Ahí tiene mucho que ver el tipo de estructura, que es una arquitectura industrial, unas grandes naves, que han posibilitado lo que Bilbao, el centro de Bilbao o los barrios periféricos no han podido ofrecerle a esta gente inquieta del arte que pretendían buscar otra vía que no fuera la comercial, por eso es un laboratorio de artes escénicas. Hay una gran labor en este caso de rehabilitación y recuperación de unas naves industriales para conseguir otro fin. Un fin relacionado con las artes, y que ha caído muy bien en el barrio y en Bilbao, y en el ámbito de Bizkaia, que atrae a tantas personas a lo largo del año, por lo tanto me parece algo a resaltar.
“En los últimos años, sobre todo a raíz del ‘efecto Guggenheim’ y todo lo que estamos comentado del cambio de la ciudad, todo aquel pasado que hubo industrial se está intentando defenestrar o hacer desaparecer”.
A mediados del siglo XX, Bilbao era conocida como “el Pittsburgh español” por sus similitudes con la gran urbe industrial norteamericana. ¿Qué queda hoy de aquel “sueño americano”?
A.S.: De aquel sueño americano de los años 50 en el Bilbao de hoy queda la idea de que Bilbao no es solo el centro, no es solo el municipio, Bilbao es “el Gran Bilbao”, Bilbao es la Ría. Cuando uno sale de aquí y le preguntan (aunque sea de Portugalete) “¿De dónde eres?”: soy de Bilbao. Cuando más lejos estás más de Bilbao eres, ¿no?
El “Gran Bilbao” de los años 50 es como la gran metrópoli, es el gran Londres, el gran Berlín, la gran Manhattan, la gran metrópolis. En los años 40-50-60 se construye definitivamente una idea que se viene fraguando precisamente desde los años 20, que es la idea de una gran metrópoli, comarca, hilada por el discurso de la Ría. Con todos sus municipios industriales, residenciales, ferviente de actividad, de comercio, de intercambios, de riqueza, de personas que van y que vienen, de problemas... Es la explosión. No tanto los años 40 y 50, como los años del desarrollismo, en los años 60.
Aquí me gusta recordar al economista Edward Glaeser que dice que la ciudad es aquel lugar en el que todo lo bueno y todo lo malo se hacen realidad, se materializan. Es el lugar de la esperanza, es el lugar al que viene la gente para poder tener una vida mejor. En los años 50 llegaban del orden de mil familias semanalmente a Bilbao desde otras partes del país. Hoy en día no es tan intensa esa atracción, pero sí que es cierto que Bilbao ha conseguido volver a posicionarse a raíz del “efecto Guggenheim” y otras políticas —como la portuaria, como la congresual, etc.—, como un lugar atractivo donde la gente quiere venir, no a vivir a lo mejor, pero sí a trabajar o a participar de lo que ocurre, esta vez no a escala estatal pero sí a una escala internacional.
L.B.: Fue Dunn el que hablaba del “Pittsburgh español”, uno de los embajadores, que además hablaba de Bilbao como una ciudad muy conocida en Estados Unidos como entidad económica en los años 50. La industrialización que tenía lugar en sus tierras para ellos representaba el Pittsburgh de España. Pittsburgh era también todo un símbolo, antes hablábamos de New York, símbolo de tantas cosas, pero es que Pittsburgh era la gran ciudad industrial. De hecho, llegaron a instalarse en lo que tú denominabas el eje de la Ría, en lo que es el perímetro del Gran Bilbao, dos empresas tan significativas en Estados Unidos como eran U.S. Steel (aceros) y la Westinghouse que son de Pittsburgh. Además, debemos tener en cuenta que en el año 49 en la calle Buenos Aires se instaló la Casa Americana que pertenecía a la embajada norteamericana, que era una herramienta de culturización o de americanización. Entonces, toda la razón para llamarle el Pittsburgh español.
“De aquel sueño americano de los años 50 en el Bilbao de hoy queda la idea de que Bilbao no es solo el centro, no es solo el municipio, Bilbao es ‘el Gran Bilbao’, Bilbao es la Ría”.
A los 20 años de la inauguración del Museo Guggenheim, ¿hay paralelismos entre aquella “utopía” del Bilbao franquista y la realidad del nuevo Bilbao?
A.S.: Fíjate, yo no diría que fue tanto una utopía la de aquella época cuanto una puesta en marcha de proyectos que venían de antes de la Guerra Civil. Por lo tanto, lo que ocurre durante el franquismo en realidad no es nada original, sino que es operativo. Es decir, se ponen en marcha todas las ideas que antes de la Guerra Civil se habían quedado paralizadas, pero que eran muy buenas, y se hace en base a un documento que los unifica, que es el Plan de Bidagor, se empiezan a llevar a cabo con los ritmos que conocemos, derivados de la escasez que existe de la postguerra.
Y, como muy bien decías, en los años 50 se construyen esos tres edificios tan importantes al fondo de la Gran Vía, que lo que hacen es desplazar, de alguna manera, el centro de actividad desde Moyua hacia más arriba que son, efectivamente, la Feria de Muestras, de Francisco Hurtado de Saracho y José Chapa, la Escuela de Ingenieros, de Jesús Rafael Basterrechea, y San Mamés, de Carlos de Miguel, Ricardo Magdalena, Fernández Casado y José Antonio Domínguez Salazar. Esos tres edificios más los que se habían construido en los años 40, pero sobre todo esos tres edificios, y la posterior creación del Museo de Bellas Artes, sí que ya utilizan una imagen internacional, como decías antes, mirando hacia Norteamérica, mirando hacia Alemania, por ejemplo.
Es en los años 70 cuando se empiezan a levantar los primeros edificios en altura: Aguinaga en Etxezuri, Gana en Zabalburu, José Chapa en el Banco de Bilbao, con esa imagen internacional que de alguna manera después se replica con el “efecto Guggenheim”. El Guggenheim viene a ser ese episodio que de nuevo pone en valor la arquitectura con ese edificio singular a partir del cual se llena la zona de Abando, donde antes estaban los contenedores, con edificios firmados por arquitectos de reconocido prestigio internacional.
L.B.: [Deyan] Sudjic decía, cuando le comentaban lo que ha sido el Guggenheim para Bilbao, “es que lo que se ha logrado en Bilbao es único porque es originario y se ha creado no imitando, no replicando”. En cambio, la arquitectura del franquismo, tú lo has dicho, replicaba el anhelo por el New York de esos años, o de la Lever House o Pittsburgh como decíamos. Efectivamente, edificios como Zabalburu, también el edificio de Sada de Quinto que no se llegó a realizar —diseño de los años 60, con un sistema de patente americana— que eran cuatro rascacielos al lado de la Universidad de Deusto, incluso puentes que emulaban al Holland en la vertebración de la Ría... Es decir, siempre ha habido ese paralelismo, pero siempre buscando la réplica. En cambio, con el Guggenheim ha sido algo original, el triunfo es ese, por eso no triunfó en el franquismo la arquitectura americana en Bilbao, a pesar de que se le denominaba “el Pittsburgh español”, precisamente porque era una réplica, no representaba nada nuevo. En cambio, el Guggenheim no se vuelve a repetir, es algo único. Ese es el éxito. Y estamos hablando de un emblema neoyorquino, como puede ser el Guggenheim.
A.S.: Que tiene algo que ver con lo que decíamos al principio de búsqueda de la identidad de las ciudades, etc. Que en el caso de Bilbao se ha conseguido a través de una pieza, de un edificio. Lo cual a mí me hace sospechar. Quiero decir: nosotros nos podemos identificar como “guggenheimianos”, por decirlo de alguna manera, pero eso no coloca a la arquitectura y al urbanismo en el centro de nuestra existencia, no le da razón de ser o no se convierte en el escenario habitual y cotidiano. El Guggenheim está bien porque atrae, porque se convierte en fermento de un cambio, pero no es definitivo, porque no cambia una ciudad. Entiendo por ciudad los distritos, los barrios periféricos. Ahora mismo los que viven en Rekalde, los que viven en Matiko, los que viven en La Peña, los que viven en San Ignacio, se pueden sentir satisfechos porque en su ciudad hay una pieza tan singular como el Guggenheim, pero su barrio sigue igual que hace unas décadas, y ahí es donde hay que atraer los focos.
“Sudjic decía, cuando le comentaban lo que ha sido el Guggenheim para Bilbao, ‘lo que se ha logrado en Bilbao es único porque es originario y se ha creado no imitando, no replicando’”.
Mirando al futuro: ¿qué necesita la ciudad del siglo XXI para ser cada vez más sostenible, solidaria y cohesionada?
A.S.: Sostenible, solidaria y cohesionada. Vayamos por partes. Bilbao creo que para ser una ciudad más sostenible tiene que atender a sus desplazamientos en sentido genérico, desplazamientos tanto en horizontal como en vertical. Me voy a explicar. Tanto en horizontal porque las políticas de transporte en un futuro van a pasar por la gestión de un tráfico que en otras ciudades se está implantando a base de “movilidad dulce” que le llaman en el centro de Europa, a través de carriles bici, control del tráfico rodado... Es un debate que está ahora mismo en los medios de comunicación. Pero también desplazamientos verticales. Con esto me refiero a que la ciudad —precisamente, además, obligada por su orografía— no puede crecer mucho más en horizontal, sino que ahora mismo ya lo está haciendo en vertical; por ejemplo, lo que se está construyendo en Garellano. En este sentido, tendremos que tener cuidado por ver qué imagen de ciudad generamos. Volveríamos otra vez a hablar de esas referencias de los años 50 o posteriores. Pero sí que es cierto que para que una ciudad se convierta en sostenible el debate del desplazamiento y de la construcción de la ciudad en altura es necesario por lo menos tenerlo presente.
En cuanto a solidaria, yo aludiría a lo que Joan Nogué dice, y es que en una ciudad hay muchísimos paisajes, no solamente el paisaje natural, sino el paisaje social, el paisaje sonoro, el paisaje de género... Por lo tanto, tanto más solidaria será cuanto más atengamos a la riqueza de paisaje que en una ciudad se da cita. Tiene que ser una ciudad para la oportunidad de todo el mundo para que sea solidaria, tenemos que tener las oportunidades para todos. Eso lo depositamos en manos de los políticos, pero también en todos los responsables que estamos pensando en la ciudad.
Y cohesionada. Yo creo que la cohesión viene dada por dos conceptos. El primero de ellos por la cultura, la cultura nos va a cohesionar, es una riqueza que además en esta ciudad se ha implantado. Somos conscientes de lo que supone ser, culturalmente hablando, ricos, esto nos hace partícipes de un mismo proyecto. Y en lo físico, la cohesión creo que va a venir dada por un elemento que todavía falta explotar al máximo que es la Ría. La Ría de Bilbao, a mi entender, es de momento una periferia interna. Podemos utilizarla para organizar eventos puntuales con piraguas, con nadadores, con saltos desde La Salve... pero si no aproximamos la ciudad a la Ría y la Ría a la ciudad, transformando esa sección que se repite desde el centro, desde el puente San Antón, hasta la desembocadura que es literalmente un muro vertical, no aprovecharemos precisamente uno de los pocos elementos que pueden significar a Bilbao. Pocas ciudades pueden presumir de tener un paisaje fluvial como el que nosotros podemos llegar a tener. Sí que es cierto que todavía falta mucho para poder regenerar naturalmente este entorno, pero en la medida en que todos seamos conscientes de que ahí hay un valor patrimonial, una riqueza con la que vamos a poder estar identificados, nos cohesionaremos todos.
L.B.: Estoy de acuerdo con lo que has dicho. Además, el Bilbao del futuro tiene que ser una ciudad no excluyente, tiene que ser una ciudad que admita a todo el mundo. Aprovechar las nuevas posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías (coches eléctricos, incluso sin piloto, que evitan la polución sonora, de los gases de los motores de explosión). Tiene que ser una ciudad muy potente culturalmente, que ya está encaminada a ello, pero todavía ahondar más no tanto en lo que es el centro sino en los barrios para que se sientan integrados. Y teniendo como tenemos este magnífico paisaje y este magnífico icono, aprovecharlo.
Me ha venido a la cabeza, hablando antes de los grandes proyectos de Frank Lloyd Wright o de Le Corbusier, ahora que decías “un Bilbao en vertical”, esos grandes rascacielos, verdaderas ciudades elevadas en vertical que podrían ser una realidad no muy lejana. Lo que en un momento fue una utopía, pero hoy día tal cual está el panorama del desarrollo horizontal que está más dificultoso, el poder hacer verdaderas ciudades en lo vertical.
Asier Santas Torres y Luis Bilbao Larrondo.
Asier Santas Torres
Doctor en Arquitectura. Profesor Titular en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra.
Como arquitecto asociado en Suárez Santas Arquitectos, ha participado en concursos nacionales e internacionales galardonados: Premio Internacional de Arquitectura Bauwelt a la mejor opera prima por el Parque de Arte Sacro de Sevilla (2011); Premio de la XIII Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo; Premio del Colegio de Arquitectos Vasco Navarro; y seleccionado para el Pabellón Español en la XV Bienal Internacional de Arquitectura de Venecia (2016).
Sus proyectos han sido publicados en revistas especializadas.
Autor del libro Urbanismo y vivienda en Bilbao, y colaborador en distintas publicaciones colectivas.
Luis Bilbao Larrondo
Doctor en Historia Contemporánea y Diplomado en la especialidad de Arte Contemporáneo Vasco por el Instituto de Estudios Vascos de la Universidad de Deusto.
Especialista en urbanismo y arquitectura en el Bilbao del siglo XX. Es autor de los libros El poblado dirigido de Otxarkoaga (2008) y Urbanismo en Bilbao, 1959-1979 (2013), así como de numerosos artículos en revistas especializadas.
Actualmente estudia la influencia del capital bilbaíno sobre la configuración urbanística del Madrid de posguerra y el impacto de la arquitectura norteamericana en la modernidad española. Fruto de esta última línea es el artículo “El pensamiento norteamericano en Bilbao, 1948-1968”.
Socio de Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos.
Miembro de la Asociación de Historiadores de la Arquitectura y el Urbanismo (AhAU).